En algunos países del hemisferio norte, se juega desde hace siglos CURLING, un enigmático y amistoso deporte en equipos que consiste en deslizar piedras de granito sobre un corredor de hielo. Se lanza una roca y los otros miembros del equipo cepillan o barren la superficie del hielo para facilitar su avance o variar su dirección, sin tocar nunca la piedra. Una vez realizados varios lanzamientos, gana quien deja las piedras más cerca a la diana marcada al final del pasillo.
Así vemos la vendimia de Tinta Tinto, así sentimos la vinificación. Nuestra intención es eludir la intervención de los procesos naturales, evitar la insolencia de pretender manejar la naturaleza. Apenas tratamos de conducir aquello incontrolable o casi mágico o milagroso, cepillando el camino, invitando a avanzar en esos pequeños detalles que dan valor a nuestra artesanía, aquella pequeña refinación que nos identifica. Un sutil camino en el hielo, un imperceptible (pero no intrascendente) surco en el que se aglutinan gotas de rocío, una a una hasta doblar la hoja del pasto. Nuestro valor es el respeto a los plazos propios del vino, una exigencia intransable. Queremos seguir desgranando a mano, fermentando bajo las estrellas, guardando en barricas hasta que el vino madure sin apuros, contemplando su delicado desarrollo, estando alerta, sin descuidar las señales, previniendo, arropando, dándole una atención cuidadosa sin pausa, puro amor y pericia.
Es nuestra partida de Curling, nuestra forma de interpretar la naturaleza, obedeciéndole.
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